La ida de la Supercopa (2-2) ofreció una doble versión del Madrid. Fue capaz de inmovilizar al Barcelona, pero no consiguió dar continuidad a su juego para que destacaran más jugadores como Benzema u Özil que otros como Pepe o Khedira. Empezó jugando bien y acabó precipitándose, presa de la ansiedad y de acciones de una agresividad desmedida. Las contradicciones reflejan el proceso que José Mourinho emprendió hace un año al frente del equipo y sus aprehensiones a la hora de medirse al Barça, sobre todo desde que encajó el 5-0 liguero en 2010.
Hace un año que el Madrid trabaja la presión adelantada en bloques, según las instrucciones de Mourinho. Sin embargo, en muy pocas ocasiones la ha puesto en práctica por los riesgos que entraña. Frente al Barcelona, el domingo, esta forma de organización defensiva sirvió al equipo para cortar la salida del balón al rival e imponerse claramente durante media hora. Con la ayuda de Özil y Benzema, que no jugaron juntos más de 45 minutos ninguno de los cinco clásicos de la temporada pasada, el Madrid dio la impresión de tener elementos para hacer daño a su adversario donde más le duele: en su propio campo y teniendo la pelota. Fue un paso adelante respecto a los clásicos del curso anterior.
El temor a descubrir "las espaldas", como dice Mourinho, llevó al entrenador portugués a extremar las medidas de precaución en los clásicos de abril, en particular en la Liga y en la ida de las semifinales de la Champions. Básicamente, sus temores se tradujeron en dos decisiones. Primero, defenderse cerca del área de Casillas. Segundo, situar a Pepe como tercer mediocentro para acortar las distancias entre líneas con un futbolista de gran despliegue y fidelidad asegurada.
La táctica desató un largo debate entre los jugadores, que, solo en ocasiones muy puntuales, se atrevieron a plantear sus dudas a Mourinho. Los entrenamientos secretos con Pepe como mediocentro, a juicio de varios jugadores, no invitaban a ser optimistas. Pero el entrenador impuso su criterio. La conquista de la Copa con Pepe en esa posición precipitó lo que la mayoría en el vestuario entendió como el gran error de la temporada pasada: salir a esperar al Barça en la ida de la Champions.
El domingo, Mourinho rectificó. Para ello tuvo que sobreponerse a sus reparos para organizar lo que él llama "el bloque alto". El bloque alto es un movimiento grupal que exige la coordinación de todas las líneas y una predisposición especial por parte de los jugadores, que deben estar especialmente atentos a desactivar a los pasadores del rival sin descuidar los espacios que dejan a la espalda. Si un futbolista deja de esforzarse por un momento en acompañar la maniobra general, protegiendo al compañero más próximo, se abren espacios que hacen que toda la estructura sea vulnerable.
El domingo, Mourinho se atrevió a adelantar la presión porque sospechó que el Barça estaría corto de preparación y que sus jugadores más hábiles en el inicio de las jugadas, Xavi, Piqué y Busquets, comenzarían en el banquillo. Aun así, en el vestuario le vieron preocupado. Para conjurar los riesgos de jugar en campo contrario, el técnico exigió que sus futbolistas actuaran como siempre ante el Barça: de forma muy agresiva para impedir que los azulgrana dieran más de tres pases seguidos. En abril, esta idea le empujó a prescindir de Özil y Benzema en favor de hombres más enérgicos en las acciones defensivas. Esta idea de peligro también hizo que el domingo, en los cambios del segundo tiempo, se decantara por Callejón o por Coentrão antes que por Kaká. La necesidad del gol no le condicionó al decidir.
El deseo de evitar cualquier riesgo también ha hecho que Mourinho señale a sus jugadores que lo primordial es desactivar al contrario y que las faltas tácticas son una parte imprescindible en el plan. De ahí que Alonso, hasta hace un año un futbolista destacado por su criterio con la pelota, interprete ahora un papel más vigilante. El domingo hizo siete faltas.
La presión adelantada permitió que el Madrid tuviera más el balón que el Barça en la primera parte. Pero la agresividad exigida a los futbolistas estuvo a punto de volverse en su contra. Hicieron 26 faltas por 14 el Barça. Un árbitro más riguroso podría haberles mostrado una tarjeta roja. El despliegue de entradas duras no impidió que el Barça, al final, cuando los madridistas perdieron oxígeno, tuviera más la pelota. Según el estadístico de Radioestadio, de Onda Cero, el Barça completó su 184º partido consecutivo teniendo el balón más que su rival.
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